─Le
veo los ojitos; los tiene abiertos. Y la boca. Es una boca enorme ─le
dijo a Natalia─.
Parece que se esté riendo.
La
niña, que también había dejado tirada la bicicleta, se acercó a Manu con las manos extendidas.
─Espera,
espera. Y la nariz. También
le veo la nariz. Son dos agujeros chiquitines. ¿Cómo
puede respirar por esa nariz tan enana? Yo me ahogaría.
O tendría
que respirar por la boca, como cuando tengo mocos.
─Venga,
déjame ahora a mí.
─Voy,
voy ─dijo Manu, a la vez que le daba la
espalda a la niña.
Y continuó:
─¿Será tortuga o tortugo?
─Le dio la vuelta.
─¿Y
eso cómo
se sabe?
─Pues… porque si es chico, tendrá pilila y si es chica no.
─Pero
si tiene pilila, la tendrá escondida.
La sacará para
mear y cuando acabe se la esconderá otra vez... Va, Manu, déjame
que la vea.
─Ya,
ya...
Pero Manu giraba y giraba sobre sí mismo para impedir que su amiga se
acercara a aquella tortuga que había
tenido la mala fortuna de cruzar el camino que bordea la acequia justo en el
momento en el que los dos críos
pasaban por allí.
─¡Que
me la dejes ya! ─La
voz de la niña
sonó estridente.
Pero Manu había
decidido seguir sordo:
─Sal, tortuguita, sal ─le
decía al animal que, por cierto, no
mostraba ningún
interés
por abandonar su cueva.
─¡Yo la he visto primero! ─se justificó a voces.
─Pero yo la he cogido, y el que la
coge, se la queda ─se quejó Manu mientras lanzaba codazos sin dejar de sujetar a
la tortuga con ambas manos.
Los dos críos
acabaron cayendo de espaldas al suelo, aunque Manu estuvo listo para darse la
vuelta, ocultando así la
tortuga bajo su cuerpo. Natalia, que lo intentó de todas las maneras, no pudo mover ni
medio centímetro
a un Manu convertido en pedrusco de mil kilos, por lo que, una vez le abandonaron las fuerzas, se dio media vuelta,
abrió los
brazos en cruz y con el pecho subiendo y bajando como un fuelle se quedó mirando al cielo.
─Pero
Manu, ¿y
tú para
que quieres una tortuga si ya tienes a Toby?
─Toby
no es mío.
Es de mi hermana.
─Pero
tú juegas
con él.
─Si,
juego con él,
pero no es mío.
─¿Y
si se come a la tortuga?
─¿Quién?,
¿Toby?
─Sí.
─No. Los perros no comen tortugas, comen sobras.
Pero qué más
da lo que comieran los perros, lo que estaba claro es que Manu no tenía
ninguna intención
de darle la tortuga. De todas formas, Natalia volvió a la carga:
─Es
que… yo
nunca he tenido una mascota.
─Tuviste
un canario ─le
recordó Manu
mientras también
se daba la vuelta.
─Sí,
pero se murió.
Además, un canario no es una mascota: es un pájaro.
Yo digo una mascota de verdad.
─¿Y
una tortuga es una mascota de verdad?
─Hombre… ─Natalia
se llevó la
mano al codo y empezó a
arrancarse una
costra que tenía
medio desgajada.
─¿Tú crees que vas a poder jugar con la
tortuga? ─insistió el niño.
─Pues…
─Pues
no. Estos bichos son como patatas. Mira ─Se
la mostró con
cierta precaución─.
¿Has visto? Se esconden y no salen
hasta que te aburres y las dejas en paz.
─Ya…
─Qué mierda, ¿no?
─añadió Manu y dejó la tortuga sobre su pecho.
Los niños
quedaron en silencio. Manu, encogió las piernas y se puso las manos bajo
la nuca y Natalia acabó de
arrancarse la costra. «Sí.
A lo mejor es una mierda»,
pensó la
niña «O
no…» y
tuvo una idea:
─¿Y
si nos la quedamos una semana cada uno? ─le
propuso a Manu─.
Esta semana te la quedas tú y
la semana que viene me la quedo yo.
─¿Una
semana me quedo yo con la patata y la otra semana te la quedas tú?
─Sí,
¿no?
─¿Como
hacen tus padres contigo?... ¿Una
semana con tu madre y a la siguiente con tu padre?
─Sí.
─Pues…
─¿Pues qué?
─Pues que no.
─¿Pues que no? ─se extrañó la niña.
─Claro
que no ─afirmó Manu y dejó la tortuga en el suelo. Después,
se puso en cuclillas delante de ella.
Natalia imitó a su amigo. Y allí estaban los dos: agachados y mirando a
la tortuga-patata.
─¿Hay
alguien ahí adentro?
─Manu dio unos golpecitos con el índice
en lo alto del caparazón,
pero el animal, ajeno a los deseos de sus dos pequeños
raptores, se mantuvo inmutable.
─Nada.
Que no quiere ─dijo
Natalia.
─No.
¿Sabes?, creo que se la voy a dar a
Toby.
─¿Para
que se la coma?
─Sí.
─¿Pero
no dices que los perros comen sobras?
─Sí,
pero… Bueno,
no... No se la doy, que se romperá los dientes. ¿Te
imaginas a Toby sin dientes? ─Manu
se reía
de su propia ocurrencia.
Natalia, contagiada por la risa del niño,
contestó como
pudo:
─Tendrían
que ponerle una dentadura postiza, como la de mi abuelo ─Y
las carcajadas de los críos
fueron de órdago.
Por fin, cuando se calmaron un poco
las risas, Manu sentenció:
─Mira,
Nata, ¿sabes
qué te
digo? Que la tortuga es el animal más
aburrido del mundo.
─Sí que es aburrido, sí ─le
dio la razón
Natalia.
─Yo
creo que la tendríamos
que dejar aquí.
Total…
─¿Entonces,
no nos la llevamos?
─No.
Ahí se
queda, ¿vale?
─Vale
─contestó ella, asintiendo con la cabeza.
Pero Natalia esperó a que Manu se pusiera de pie y le
diera la espalda para, de un zarpazo, meterse la tortuga en la capucha de la
sudadera, coger una piedra y tirarla a la acequia.
─Adiós,
señora Patata ─dijo
la niña
mirando al agua, que se movía
dibujando pequeños círculos.
Manu, que ya se agachaba para levantar
la bici, giró la
cabeza y, dirigiendo la vista hacia la acequia, también
se despidió:
─¡Adiós,
doña Aburrida!