jueves, 14 de agosto de 2014

Cinéfilos


Cuando aparecieron los créditos de cierre y las luces de la sala se encendieron, Amparo se peinaba precipitada con los dedos de ambas manos y Luis luchaba por encajar el penúltimo botón de su camisa. Una tarde de sábado más, la trasera fila impar del vetusto Lumière se había convertido en el escondrijo perfecto de aquella pareja peculiar.
     Ya en el zaguán, justo antes de abandonar el cine, se abrocharon hasta arriba los abrigos y ajustaron guantes y bufandas no fuera a ser que, de vuelta a la residencia, cogieran frío.      





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