Policías acotando la zona y curiosos grabando con el móvil. Ruido de sirenas que se acercan y Asun, aupada en la silla, amenazando con arrojarse desde el balcón. Yo, asomado a mi ventana, observo la escena frío y decido actuar.
La llamo por su nombre y se gira. Le concedo una pausa para que se fije en mí, para que me reconozca como aliado. Después, le hablo con suavidad, huyendo de dramatismos, intentando convencerla entre susurros. Y cuando empiezo a gozar de mi superioridad, justo cuando ya acaricio mi triunfo, ella decide negarle oídos a mis consejos. De un salto se baja de la silla, entra en el salón y enciende el televisor.