No tenía pinta de escampar y, en efecto, el diluvio no menguó. La tarde, fea, empezó con sorpresa para Arina, la joven rusa que atendía, rozando el mimo, a la señora desde que cinco años atrás le diagnosticaran el maldito alzheimer. Salvador le proponía que llamara a alguna amiga, que fuera al cine o a tomar algo; que, una vez Matilde descansara mudada y limpia, saliera a divertirse un poco. «Vete tranquila y vuelve tarde a dormir», le apremiaba con insistencia ante la incredulidad de ella. «Ve sin cuidado, pero coge paraguas», le volvió a insistir, esta vez con una sonrisa generosa que ayudó a disolver el gesto entre dubitativo y contrariado que se le había vuelto a la chica ante un ruego tan poco esperado.