jueves, 17 de abril de 2014

Furtivos

Llevaban follando juntos desde finales de marzo. Siempre a escondidas, de manera furtiva. La habitación de ella les servía de fortín; allí se sentían a salvo, opacos a los ojos del mundo. Así era y así debía ser, la condición de hombre casado de Fidel no dejaba otra alternativa.
     La clandestinidad de los encuentros otorgaba una excitación añadida que devenía en lujuria a eso de las cinco y media de la tarde cuando, sobre las sábanas, los amantes se entregaban a la carne de gallina de los primeros roces, al contacto de la lengua húmeda sobre la piel, a los besos con mordisco, a las maniobras escurridizas de los labios en busca de trofeo. Jugando y retozando enredaban sus cuerpos para empezar a danzar en armonía, con meneos rítmicos y acompasados que iban ganando intensidad hasta acabar en envites cada vez más violentos. Con la respiración acelerada él, y con los últimos gemidos ahogados contra la almohada ella, se acababa desbordando el uno y colmando la otra.
     «Es sexo, solo sexo», se repetía él mil veces en la ducha mientras veía como la espuma resbalaba por su piel hasta perderse por el desagüe. Al otro lado, ella, aun en la cama, apuraba el cigarrillo y mirando el humo que acababa de exhalar, fantaseaba y se preguntaba cuándo se atrevería Fidel a abandonar a su mujer.

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