lunes, 2 de diciembre de 2013

Reencuentro

             
No había tenido ninguna dificultad en reconocer a todos sus excompañeros de clase: los había que habían perdido pelo y otros que habían ganado no poco peso; aun así, todos eran identificables. Se mezcló entre ellos y con chanzas y fuertes apretones de mano los fue saludando uno a uno. Con las chicas no fue tan sencillo; le costó esfuerzo unir todas aquellas caras con sus respectivos nombres y en más de una ocasión se vio obligado a preguntar ante la negativa de su memoria a echarle una mano en aquella improvisada rueda de reconocimiento. Con la rubita del pelo corto que fumaba frente a él, no hubo manera. Ella se esforzó: le dijo que era Maite, que solía ir con Marga, que vivía en la calle de Pablo, que coincidieron, sólo, en octavo y que ella sí se acordaba de él, pero Miguel fue incapaz de ubicarla entre sus recuerdos escolares.
      La fecha no era la más indicada, finales de junio; así y todo acudieron veintitrés. La pizzería Napoli era testigo de la cena, que pretendía convertirse en anual, de aquella generación del Francisco de Goya. No hubo glamour ni excelente cocina, con ello ya contaban, pero sí buena atmósfera entre los que ya hacía dieciséis años que habían abandonado las aulas del vetusto colegio para volar por la vida a mayor o menor altura.
     Miguel y Maite habían entrado charlando al comedor y sin dejar de hablar tomaron asiento. Durante la cena: bromearon, rieron con ganas y no encontraron freno a la hora de desnudar sus vidas. Él llevaba tres años casado, le contó, y ella hacía dos que había abandonado una turbulenta relación. Llegaron a los postres como si fueran amigos íntimos y apuraron el café rezumando una complicidad que no pasó desapercibida a más de uno.
     A medida que la calurosa noche se dilataba, el grupo, en peregrinación por distintos garitos de la ciudad, iba menguando. Tras salir del Snow, los pocos valientes que todavía resistían decidieron poner punto final  a la fiesta. A él le faltó empuje para proponer a Maite alargar, a solas, aquel reencuentro y ella se quedó con las ganas de prolongar, algo más, la noche con Miguel. «Tal vez el año que viene», se dijo él. «Quizá en la próxima cena», pensó ella. 


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