Con total seguridad, mi expresión estúpida debió envalentonarlo aun más y con el tono triunfal del que se siente superior y ayudándose de los típicos gestos ensayados de cualquier charlatán profesional, me expuso, uno a uno, los puntos clave de su gran proyecto. No sé si fue en el momento álgido de su verborrea o tal vez mientras me insistía en que él era la mejor opción, cuando noté que me estiraba los brazos hasta abrírmelos en cruz. Yo, todavía extasiado, reaccioné alzando la vista al cielo, esperando recibir, desde ese mismo momento, alguna de las promesas que brotaban de su boca.